En momentos en donde se multiplican las propuestas audiovisuales a través de variadas plataformas y algunas pocas salas con protocolo a nivel mundial, se cuela entre un sinfin de novedades olvidables el re-estreno de un clásico: El pibe de Charles Chaplin.
La publicidad acerca de la restauración en 4k, la posibilidad de estar en 89 salas de España por el esfuerzo de la distribuidora A contracorriente films, la sección especial con toda su obra restaurada en la plataforma Mubi, son muestras de su vigencia, pero la actualidad perdura sobre todo en su forma y contenido crítico de las injusticias de un sistema que cien años después se continúan.

El pibe es el primer largometraje con guión, dirección, actuación y música de Chaplin. Un artista múltiple que ya había protagonizado decenas de cortos con su personaje Charlot, el vagabundo, en donde el humor y la ternura conquistaban un público amplio y actuaban como dispositivos críticos de la realidad social.

La película, que tiene también elementos de contenido autobiográfico, combina la comedia y el drama, algo que anuncia desde el comienzo con un cartel que dice: “Una película con una sonrisa y, quizás, una lágrima”.

La historia comienza con una mujer joven y pobre que tiene un bebé al cual no puede mantener. En medio de una situación dolorosa deja al chico dentro de un lujoso automóvil con una nota para que esa familia rica pueda hacerse cargo. Pero la suerte nunca acompaña, ella se arrepiente pero ya es tarde, y en el interín unos ladrones se llevan el auto y en medio de la huída el bebé queda abandonado en un barrio pobre. Será entonces el vagabundo interpretado por Chaplin quien lo encuentre. Juntos sobreviven con mucho cariño y escasos recursos.
El pibe que crece día a día, es interpretado por Jackie Coogan con gran repercusión “la primer estrella de cine infantil”, el mismo que décadas más tarde será el “Tío Lucas” en la serie de TV Los Locos Adams. Así padre e hijo -por casualidad y también elección- se las rebuscan, aprenden a burlarse de la ley pero también a recibir los golpes de los vigilantes y autoridades judiciales. Cuando el chico enferma serán los “servicios sociales” del estado quienes aparezcan con autoritarismo y frialdad. Mientras tanto la joven del comienzo, interpretada por Edna Purviance, se convierte en una actriz exitosa que se ocupa de ayudar a niños pobres. En una recorrida repartiendo juguetes descubre a su niño pero no será fácil el reencuentro.

Un argumento solo nos dice poco, la gran maestría de El pibe es cómo se cuenta esta historia. Las geniales actuaciones principales se nutren de la experiencia previa en donde Chaplin construye sus personajes apelando a la gestualidad y los gags, la torpeza siempre presente, la utilización disparatada de los objetos, movimientos absurdos en la superficie que ponen en cuestión la rutinaria “normalidad” del mundo. Un humor que nunca deja de ser político e invita a un público de masas a reírse de policías, millonarios, costumbres lujosas y personajes del poder. Desde hace cien años y hasta hoy lograr hacer reír fue un trabajo difícil. Una innumerable cantidad de malas comedias en todos los idiomas lo atestiguan.
La película combina el humor con elementos emotivos y dramáticos, momentos como la memorable escena donde la policía arranca al niño de los brazos de Chaplin, la expresión de Coogan es inolvidable.

Además de todo muestra también elementos surrealistas como una escena onírica donde ángeles sobrevuelan los suburbios. Son diálogos e influencias de una época donde a través de distintos movimientos y estéticas crecía un imaginario crítico del sistema. Así Chaplin fue referencia tanto de las vanguardias surrealistas como de los cineastas soviéticos.

La crítica social está presente en su obra, desde los cortos de los comienzos, hasta Tiempos modernos cuestionando los febriles ritmos capitalistas o la crítica al nazismo desde un ángulo pacifista y humanitario en El gran dictador. Otros pibes inteligentes y críticos tienen lugar como en Un rey en Nueva York donde aparece un niño que lee a Carlos Marx y se apasiona con discursos contra el poder, en una película que es una abierta crítica al macartismo sufrido por el mismo Chaplin quien integró las listas negras de Hollywood. En sus películas muestra la otra cara de EEUU, pobreza, desocupación, maltrato, transportes hacinados, super explotación, la acción recorre las calles de barrios humildes y pone en escena a los sectores populares.

El pibe se estrenó en Argentina y se comenta que en 1922 era una de las más vistas manteniéndose varios años en cartel y retornando a las salas en forma recurrente. Pocos años después del estreno, la revista Billiken la difundió en formato de historieta.

La película combina múltiples elementos, y si después de cien años mantiene vigencia y logra emocionarnos se relaciona también por esa capacidad de tocar fibras profundas, la gran vitalidad de un arte auténtico que establece un hilo histórico entre públicos desconocidos.
Walter Benjamin valoraba el cine de Chaplin que en épocas de la “reproductibilidad técnica” lograba llegar a las masas para despertar una conciencia crítica. Desde su estreno en febrero de 1921 el mundo cambió vertiginosamente pero los engranajes basados en la explotación de clase se mantienen. Por eso en las páginas de los medios que anuncian el re-estreno de este clásico también se publican las escandalosas cifras de desigualdad social en donde los niños y las mujeres constituyen el mayor porcentaje de las cifras de pobreza a nivel mundial. Con distintas imágenes, colores y escenarios, por estos días los héroes son también quienes enfrentan las dificultades de la desigualdad cotidiana, y los villanos, al igual que en las películas de Chaplin, pueden estar bien identificados con millonarios insensibles que se enriquecen en plena pandemia, funcionarios obsecuentes y policías represores.